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EL AMOR Y EL SOL - Sicoastrología

EL AMOR PROPIO, EL AMOR, Y EL SOL

INTRODUCCION

                A modo de breve presentación es conveniente hacer un acer­camiento general al tema intentando en algo definir el amor.  Por amor en­tendemos ese impulso básico esencial que busca superar el sentido de sepa­ratidad, el sentirnos aislados, como un átomo cósmico distanciado de todo, y alcanzar la unión, y esto es trascendernos para vivenciar un todo mayor con el otro, una plenitud incluyente.
                Esa chispa en lo más íntimo de nosotros mismos que todo lo sabe, sabe de qué estamos hablando:  del amor maduro, vital, iluminador.  Del Amor.  Que reune toda una gama de cualidades y efectos que iremos agregando.
                Mas no nos apuremos y vayamos por partes.  Todo es muy bonito, y en principio lo queremos.  ¿Quién no, antes o después, se da cuenta que lo más importante en la vida es el amor?,  ¿que es sino el amor lo que da el senti­do a la existencia misma?  Pero lograr el verdadero amor, el auténtico, el Amor con mayúscula, no es tan fácil.
                La intención de las páginas siguientes es establecer la necesidad y bondad intrínseca del amor propio  Que una vez el mismo establecido, el Amor es su prolongación natural, o dicho de otra manera, el amor y el amor propio son idénticos y existen simultáneamente.  Asimismo se describirá el proceso que da lugar al surgimiento del amor propio, seguido de las cualidades prototípicas que posee, luego se verán los efectos del amor y el contraste con el egoísmo.  Para finalizar con las correlaciones astrológicas.
                Antes de entrar de lleno en las características y diferencias del amor propio según se lo entiende vulgarmente y el verdadero amor propio, se impone comentar que si bien todos tenemos el amor propio como potencial innato, éste no se manifiesta inicialmente en la vida de una forma natural ni espontánea.  Salvo que los padres, viviéndolo con auten­ticidad lo irradien, enseñen, y transmitan como modelo al hijo, y éste a su vez lo haya aprendido.
                Pero como se puede comprobar por doquier la falta de amor, de verda­dero amor propio, es la norma, no abundando en los hechos los modelos po­sitivos de amor propio que un niño puede recibir; muy al contrario, los estereotipos y clichés habituales con sus insistentes repeticiones imponen conceptos distorsionados y falsos del amor que por tan frecuentes se confunden con la verdad.  En consecuencia aquellos que desarrollan esta clase de amor básico, esencial, vital, al que nos estamos refiriendo, son en la realidad unos pocos.
                Concluyendo, para que el amor propio constituya una actitud de vida y se manifieste en conductas concretas coherentes, debe ser aprendido a tra­vés de algún modelo; o a través de la experiencia personal, cuando se co­rrigen los propios errores y se aprende de los fracasos en la vivencia del amor.

I ‑ EL SURGIMIENTO DEL AMOR PROPIO


               
A manera de síntesis introductoria veremos que inicialmente el amor propio tiene como referentes únicos lo exterior.  Como eso no es auténtico se fracasa en el amor.  Entonces sí, luego de errar el camino se puede re­encuadrar la situación poniendo en el interior los referentes del amor.  Es un proceso que va de afuera hacia adentro, para volcarse finalmente hacia afuera.  Veamos el desarrollo.

EL CENTRO ESTA COLOCADO FUERA DE UNO MISMO

                EL AMOR PROPIO SEGUN SE LO ENTIENDE HABITUALMENTE
                Según la opinión popular tenemos amor propio cuando nos sentimos sa­tisfechos por las caricias que recibe nuestro ego (superficial) al ser halagados, adulados; cuando nuestra vanidad se ve satisfecha; cuando nos vemos reconocidos, apreciados, valorados, admirados, aplaudidos, cuando nos muestran que somos únicos o especiales.  Y por todo eso nos sentimos intensos, vibrantes, pletóricos de vida, plenos, realizados, exitosos, y hasta poderosos.
                Surge aquí un factor indispensable para que lo anterior se haga rea­lidad y podamos recibir esas “caricias”:  la presencia de condiciones.  Más aún:  condiciones exteriores, objetivas, en lo concreto.  Entonces mi amor propio se ve colmado solamente si se cumple alguna de esas condiciones.  Por ejemplo si logro determinado trabajo, ascenso, ganancias, o si logro poseer ciertos bienes; si alcanzo un estatus más alto, gracias a lo cual sea “mejor” o logre reconocimiento, prestigio, fama, o poder; o tener una familia según cierto esquema preestablecido; o una determinada casa; o ser reconocido y especial para cierta persona en particular (una figura parental, la pare­ja, hermanos, o quien sea) o el medio de conocidos; o si realizo y puedo tener una determinada relación, o un contrato.  Y se puede seguir enumerando.
                A la vez, como la satisfacción del amor propio está referida al cum­plimiento de ciertas condiciones exteriores, se genera una gran dependencia al colocar el poder de conceder o lograr el amor propio en cosas materiales, en terceras personas, en juicios ajenos, etc, nada de ello pasible de ser controlado por el sujeto.
                Y como en toda dependencia, la libertad brilla por su ausencia.
                Resumiendo, este circuito del amor propio vemos que es condicional, que uno está en posición de dependencia y debilidad respecto de algo/al­guien exterior y superior a uno mismo que detenta el poder de concederlo, sintiéndose por añadidura algún grado de inseguridad porque la contingencia de perderlo es muy real.

                LA POLARIZACIÓN O EL EXTREMISMO NARCISISTA
                Detengámonos brevemente en este tema.  El narcisismo posee en grado sumo todas las características del amor propio mal entendido, y es primo hermano del ego­ísmo, porque está externa y superficialmente referido al ego, o lo que es lo mismo no responde al ser nuclear más íntimo y auténtico.  El narcisismo ilustra los primeros pasos, balbuceantes e inmaduros, que no llevan a buen puerto en el camino del amor.  El narcisista se halla en una torre de marfil de su propia creación, más o menos compleja, más o menos amplia, más o menos sutil, pero muy fuerte.  Es necesario que sea fuerte para brindar la segu­ridad que su dueño necesita.
                Parece que el narcisista se ama pero no es así; no se ama para nada por­que aún no sabe como hacerlo.  El narcisista no se conoce en profundidad y por tanto no puede atender sus auténticas necesidades, no sabe ni puede cuidar de su propio ser.  En los hechos parece que se ama, se cuida, que vive pendiente de sí, y en ese plan se desenvuelve satisfaciendo su vani­dad, logrando objetivos, haciendo más que su voluntad (aún no la tiene) sus caprichos, y colmando sus deseos.  Pero la realidad es que sus conduc­tas responden a miedos, inseguridades, compensaciones, motivaciones espú­reas para atender necesidades siempre insatisfechas, conflinctivas internas, dependencias del pasado o la infancia, etc.
               
O sea, las defensas de su torre de marfil no son más que el baluarte de su debilidad porque ante la menor fisura que pueda en ellas detectar, a todo aquello que no coincida con sus rebusques compensatorios, o lo que pueda en cualquier sentido amenazar su fortaleza, será negado, barrido, rechazado, odiado o destruido.  Al narcisista le resulta intolerable que su mundo autocreado se vea lesionado, que no funcione como él quiere, porque en ello le va la vida.  A veces en sentido literal:  tanto puede afectarle la pérdida de sus fantasías que puede enfermar cuando la realidad se impone.
                Otra cualidad que distingue al narcisista es su falta de alegría, su insatisfacción o descontento, junto a la continua necesidad de reafirma­ción, propia o del exterior.  Lógico todo ello cuando se comprende que el ser nu­clear más íntimo, su esencia, no está en absoluto atendido.
                El narcisista también es necesariamente egoísta.  Su mundo, su vida, o él mismo, es lo prioritario ante lo cual todo y todos deben subordinarse, adaptarse, plegarse; si no, no existen.  Nada cuentan aquí circunstancias, motivaciones, sentimientos, maneras de ser, sensibilidad, gustos, etc, de los demás.  O juegan los roles que Don Narciso quiere, o no; y si es no, desparecen de su vida.  Una gran rigidez va por tanto aparejada a una estructura poderosa.
                Resumiendo, el narcisismo reúne todos los rasgos del amor propio mal entendido en su sentido más habitual, aunque noto­riamente amplificados, en ocasiones de manera grotesca.

                LOS ESTIMULOS SON ESPECIFICOS Y PERSONALES
                Si bien todos inicialmente tenemos una parte que gusta sentirse hala­gada y reconocida, que busca ser querida como algo único o especial nues­tro, que le importa tanto la respuesta externa que llega a depender de ella, no todos nos movilizamos por las mismas causas.  Obviamente todos somos distintos y nos importan cosas dife­rentes, requiriendo nuestro ego ciertos alimentos especiales que no nece­sariamente complacerán a otros.  Es decir, suele ser muy específico y per­sonal aquello que a cada uno de nosotros satisface en el amor propio.
                Por ejemplo, quien se sienta realizado por tener una pareja con ciertas características particulares, quizá también le pueda satisfacer su amor propio gozar de ciertas relaciones sociales, desempeñarse muy bien en el trato con los demás, o lograr una sociedad o contrato con determinada cualidad bien de­finida muy valorada por él; pero otras circunstancias, personas o cosas (un inmueble, un viaje, estudios, pintar un cuadro, un hijo, etc), le dejarían totalmente indiferente al no estimular ni alimentar su ego.

                EL SOL, INDICADOR ASTROLOGICO
                Antes de seguir adelante se impone presentar al factor astrológico vinculado con todo esto.  Es el Sol, centro del sistema planetario en el cual vivimos, una estrella, dador de luz, símbolo tradicional del ser nu­clear más íntimo, la chispa divina en el hombre, la esencia espiritual, significador del yo, la conciencia, la voluntad, el poder, el ideal, el corazón, la vida, el amor.  ¡Casi nada!  Mas frecuentemente tan poco comprendido el alcance de esos conceptos que no se le da la verdadera importancia que tiene en la inter­pretación de las cartas, natales o anuales.  Porque así como es el centro físico alrededor del cual giran los planetas, también es uno de los centros vitales de la carta.
                La casa de posición del Sol es entonces un factor a tomar muy en cuenta porque los asuntos de la misma, los eventos que allí surjan, las relacionas y personas así como los objetos o cosas regidas por esa casa, constituyen el corazón del nativo, un punto importante y sensible que le lleva a la vida y al amor.
                Con otras palabras, el nativo pone su centro en el exterior, en las situaciones, personas, eventos o cosas de la casa de posición del Sol, focalizando su vida en ellas porque le dan vida, porque le hacen sentir intenso, único, vibrante, especial; porque le halaga y le satisface ínti­mamente tener/recibir eso que para él es lo más importante, lo más ideali­zado, lo que considera es la solución de su vida, el logro compensatorio a cualquier otra dificultad o carencia.  Porque así se vive en primera instancia la casa de posición del Sol.
                La persona le confiere entonces a los asuntos regidos por la casa de posición del Sol un poder; un gran poder, un poder total, de vida, sobre sí.  Y aparece a la vez una gran dependencia respecto de esos mismos asuntos, exteriores en principio a la persona.
                Esta etapa en la cual se pone el centro en el exterior y se depende de terceros factores, externos, que detentan el poder de satisfa­cer nuestro ego y amor propio, sería el primer paso del camino a recorrer antes de llegar al auténtico y esencial amor propio. 

                UN EJEMPLO, ANDRÉS
                Un ejemplo concreto va a ayudar a la mejor comprensión.  Andrés tiene el Sol en la casa 7 que rige la pareja o matimonio, relaciones estrechas o íntimas, sociedades y socios, contratos, la vida social, las relaciones con “el otro” en general.  Estos asuntos son vitales para él.  Puede ser que la pareja ocupe todo el espacio, como único tema.  O a lo largo de la vida puede ir cambiando ese foco de la pareja hacia una amistad íntima, a la relación con un socio eventual, al peso dado a sus relaciones sociales, etc.   Esta posición solar quiere decir que para Andrés conseguir, tener o mantener una pareja le es muy importante, porque la pareja le hace sentir vivo, intenso, vibrante, especial, único, halagado, valorado, apreciado, querido, amado.  No importa qué otras realizaciones o vínculos tenga en su vida, qué otras dificultades tenga que enfrentar; todo pasa a segundo plano y nada es tan significativo como la pareja.  Todo se subordina ante ese valor primario.
                Como para él la pareja es lo máximo (lo que da sentido a su vida, identidad, unidad, realización, plenitud, etc), Andrés pasa así de sentirse realizado por la pareja, a girar en su derredor para conseguirlo, poniendo en el proceso el centro de su vida fuera de él mismo.  Centro además que detenta el poder para que pueda sentirse vivo.  Así llega Andrés a depender de la pareja para eso.  Andrés ahora perdió su poder y está debil, porque depende de ella (y de las condiciones que le imponga) para sentirse vivo.  Pero aún no se ha dado cuenta, y se cree vivir en el mejor de los mundos.

FRACASO, EL CENTRO AFUERA NO RESULTA

                El segundo paso se presenta cuando la situación anterior llega al extremo:  uno ha dejado, gradualmente y casi sin darse cuenta, de ser uno mismo.  Como lo único que nos motiva es aquello que satisface nuestra vanidad o ego, ha­ciéndonos sentir especiales, reconocidos, a la vez que nos provee de una identidad, y nos da un sentido de unidad por la aprobación o el éxito, entonces paulatinamente giramos más y más en derredor de esa única fuen­te que calma nuestra sed (pero nunca la extingue), llegando en última ins­tancia a relacionar todo (vicisitudes, afectos, relaciones, cuestiones materiales, trabajo, lo que sea) con ella.  Todo se va relativizando al acatar la dictadura de eso externo que alimenta nuestro ego.
                Pero nos sentimos mal porque sin darnos cuenta nos fuimos alienando.  Esto es que hemos dejado sen­timientos, valores, gustos, o deseos por el camino; hemos dejado de afir­marnos y de ejercer nuestra voluntad, por temor a la pérdida de ese espejo que nos provee de una aparente identidad e ilusión de exis­tencia.  Tememos pues los peor, que es dejar de ser, perder la vida, y no sabemos qué hacer.  Nos vemos impotentes.
                Nuestro malestar se incrementa.  Nos sentimos de mal en peor, descon­tentos, frustrados, vacíos, progresivamente deprimidos, nos falta vitali­dad, empiezan a surgir enfermedades y dolencias, eventualmente adicciones (si ya las había aumentan), es como si nos fuéramos apagando, perdemos intereses, perdemos la alegría y la espontaneidad.  Paralelamente, las cir­cunstancias externas de nuestra vida también se opacan y hay menos logros y éx­itos; y si los hay no nos colman.
                Empieza entonces a aparecer la rabia y el resentimiento contra aque­llo que en principio nos hacía sentir plenos y amados; rabia y hasta envi­dia por el poder que tiene sobre nosotros, porque dependemos de eso exte­rior y no lo podemos controlar, porque existen condiciones que ahora son capitulaciones, e implican dejar pedazos nuestros por el camino.  E inclu­sive rabia por nuestra propia debilidad.
                Descubrimos que nos hemos anulado, hemos dejado de ser nosotros mis­mos; pero una voz interna nos dice que aún no está todo perdido, que aún tenemos fuerza para recuperarnos y ser nuevamente nosotros mismos.  Es aho­ra, en esta instancia, cuando podemos empezar a reaccionar y dar los pasos necesarios para revertir la situación.  Es decir, ACTUAR.
               
Asimismo puede acontecer que aquello externo que tiene el poder de colmar nuestro amor propio se pierde, desaparece, se hunde, o finaliza por las mas variadas causas.  Si así fuera, en ese momento nos sentimos morir o al borde del abismo, lo que tenía o nos daba sentido no lo tiene más; o nos desconocemos a nosotros mismos, como si se hubiera perdido la identidad.  Junto al impacto de la pérdida tomamos conciencia de todo lo que hemos resignado, nos vemos he­ridos en lo más íntimo, en nuestro orgullo o vanidad, y también tenemos ra­bia y rencor, y no podemos permitirlo más.  Igualmente aquí podemos reac­cionar, al darnos cuenta de la necesidad de reorganizarnos internamente y recuperar nuestro poder.  Y comenzamos a ACTUAR para corregir la situa­ción.

                OTRO EJEMPLO, FRANCISCO
                Este hombre tiene el Sol en la casa II del dinero y las posesiones.  Francisco coloca el centro de su vida en las ganancias y sus bienes, les da tanta importancia como para girar en derredor de ellos; se siente estimulado, halagado, ganador, si logra sus objetivos materiales de alcanzar una cifra, tener determinado bien; y que los demás lo noten; busca ser reconocido por sus logros económicos, o sim­plemente llamar la atención debido a sus bienes, la calidad o cantidad de los mismos; le gusta impresionar a los demás por su dinero y cosas que tiene, porque la medida de las reacciones de los otros al respecto le servirá como punto de referencia, para poder definirse como persona; o puede cifrar en lo material la solución o compensación a otra cualquier problema significativo que tenga (soledad, enfermedad, etc); quizá incurra en la ecuación “soy lo que tengo”, o “tanto tengo, tanto valgo” al depender su identidad, autoaceptación, y el propio amor de lo material.  En los hechos puede llegar realmente a destacados éxitos y lo­gros materiales, tener buena fortuna, una holgada posición.
                Pero Francisco no es feliz.  Ni la fortuna, ni los bienes ni ganancias lo col­man, siente que algo le falta; quizá dejó partes esenciales de sí mismo en el camino de la obtención su holgura.  Busca pues otros éxitos materiales que alimenten nuevamente su autoestima, vuelvan a confirmar su valor, le reaseguren en su postura.
                Además los bienes se pueden perder, las metas de ganancias no reali­zarse, imponerse pérdidas de haberes, o presentarse problemas y dificulta­des materiales de cualquier índole, siempre en este campo material de bienes y ganancias.
                Estas contingencias constituyen severas lesiones para el ego, que se siente morir, perder las referencias, el sentido de identidad, y del amor propio al no poder ser más objeto de admiración, aprecio, ni atención, de uno mismo o de terceros.  En síntesis, al perder su dinero perdió su valor como persona.  Todo debido a haber puesto el centro en algo exte­rior a uno sobre el cual (como con todo lo que no está dentro de uno) no siempre se tiene el control.
                Ante tremenda frustración y fracaso, luego de verse tan herido el amor propio, surgen reacciones opuestas.  En lo negativo, repite el cir­cuito intentando lograr por la misma motivación el logro de objetivos ma­teriales o económicos; en lo positivo, empieza la verdadera acción al emerger  conductas tendientes a colocar el centro dentro de uno, donde siempre debe estar.  Empieza el verdadero amor propio.
                Los asuntos de la casa de posición del Sol cobran ahora otra dimen­sión.  Antes, estos asuntos determinaban por sí mismos el amor pro­pio de Francisco; ahora, a causa de ellos, por los avatares económicos, empieza a ela­borar el amor propio, el auténtico. 

                EN EL CASO DE ANDRÉS
                Logró una pareja exitosa con una persona que tiene apellido y muy buena fama en el desarrollo de sus actividades.  Andrés se siente orgulloso y halagado en su amor propio por el hecho de que ella sea su pareja, de que ella se halla dignado aceptarlo.  De alguna manera Andrés se siente participar de la vida brillante que lleva su pareja, y le encanta que la gente diga la buena pareja que hacen, por la imagen que proyectan.
                Como a su pareja no le gustaba su hobby, Andrés dejo casi sin darse cuenta de practicarlo.  Como no le simpatizaban algunas de sus amistades, él fue perdiendo contacto con ellas.  Finalmente a ella no le gustaba ninguna de sus relaciones, así que él sin mucha pena las fue dejando, se fue aislando.  Lo más importante era su pareja, su sol.  La idealizaba.  A Andrés le gustaba mucho el trabajo que tenía, pero ella en realidad no llegaba a captarlo mucho, así que optaba por no hacer muchos comentarios; quizá tampoco le interesaba lo que él hacía.  La cuestión es que con el tiempo y sin darse cuenta, él fue perdiendo la pasión que ponía en su trabajo.  Estaba anheloso por recibir elogios de ella, algún tipo de estímulo, necesitaba sentirse aprobado y aplaudido por su pareja, cosa que no siempre se daba.  Así que trataba siempre de complacerla.
                Con el tiempo Andrés era y hacía lo que ella quería, no tenía voluntad propia.  Si había algún conflicto él terminaba siempre cediendo, porque no concebía el fin de la relación, era como la muerte.
                Su salud se empezó a resentir, distintas dolencias crónicas le afectaban (dolores de espalda, insomnio, pérdida de la  libido, etc).
                Hasta que un día se dio cuenta que no era feliz.  Porque su pareja lo dominaba, y él se descubrió en una sumisa esclavitud.  Había dejado tantas cosas por ella, ¿para qué? se sentía vacío, frustrado. Se dio cuenta que él mismo había truncado posibilidades de avance profesional por no haber viajado y quedar con ella, su sol.  Que no había pintado más, su hobby, porque no recibió estímulos ni elogios cuando le mostraba sus cuadros.  Que se había quedado sin amigos.  Y así tantas cosas más.  Hasta empezó a sospechar que sus dolores de espalda eran por el enorme peso de estar sos-teniendo una relación tan insatisfactoria.
                Y le vino bronca, ira.  Primero hacia ella, la culpable de todo lo que estaba pasando.  Después se dio cuenta que la rabia era también con él mismo, por haber permitido todo eso.  Por no haberse dado cuenta lo importante que era pintar, sus amigos, su trabajo, y que no peleó por eso, por llevarlos adelante.
                Aquí también se ve primero el proceso de poner el centro afuera de uno, la pareja en este caso.  Vemos cómo se pierde el propio poder y amor propio por dejarse dominar por ese otro poder exterior.  La anulación personal subsiguiente, el fracaso. Y la reacción, que por los problemas de eso mismo exterior empezamos a darnos cuenta de lo que realmente es importante y esencial para uno.  En el caso de Andrés, por lo problemas de pareja, por el fracaso en la relación, empieza a elaborar su verdadero yo, su amor propio genuino.

PONIENDO EL CENTRO DENTRO DE UNO

                Retomemos el hilo anterior.  Cuando tenemos el ego tan herido, cuando enfrentamos tales fracasos como la pérdida de lo idealizado, del centro que nos proveía de vida, nos sentimos muy mal, desvalidos, carentes de toda estima propia y ajena.  Pero también nos damos cuenta que eso no pue­de ocurrir más, que fuimos demasiado dependientes, hicimos demasiadas con­cesiones, renunciamos sin darnos cuenta a ser y vivir, pagamos un precio demasiado alto por mantener ni más ni menos que una ficción! y la prueba a todo ello está en los hechos concretos:  nos falló, fracasó, se perdió.
                En algo nos equivocamos y estamos dispuestos corregirnos.  No quere­mos más que en adelante nada ni nadie tenga tal poder sobre nosotros como para atentar contra lo que de más valioso y querido tenemos:  nuestro pro­pio ser, nuestra identidad, nuestra vida, nuestro real bienestar.
                Entonces iniciamos el proceso de “darnos cuenta” de cantidad de co­sas, de los errores anteriores, y de las posibles acciones actuales para mejorar.  Todo lo cual conduce a colocar el centro dentro de uno mismo.  Y estando el centro en uno, el amor propio es su natural conse­cuencia.
                Colocar el centro dentro de uno significa un total reencuadre de lo hasta ahora acontecido.  Significa que yo y solo yo juzgo finalmente lo que en realidad es mejor para mi ser, sin importar opiniones ajenas, modas ni costumbres, valores preestablecidos, éticas no propias, ni la aproba­ción de la mayoría ni del grupo.  Estar autocentrado significa el uso de mis poderes para ejercer mis derechos como ser vivo, asumir mis potencia­les y comprometerme a desarrollarme; ser más lúcido conmigo mismo, más independiente, más adulto.  En fin, colocar el centro en el interior es ni más ni menos que iniciar el proceso del amor propio, ahora del verdadero, con todos los elementos y características que lo singularizan, y serán descriptos más adelante. 

     SEGUIMOS CON FRANCISCO
                Siguiendo con el ejemplo previo de haber colocado el centro (Sol) en lo material, en el presente estadio de desarrollo se observa que a causa de lo material, motivado por el dinero, originado por los avatares econó­micos, Francisco toma conciencia de lo que realmente es para él más im­portante, define lo que en esencia desea, necesita o quiere.  Pero lo que quiere lo quiere por sí mismo, desde su núcleo más íntimo, no por nada exterior ni terceros, no para lucirse ni demostrar lo bien o mucho que gana.
Y actuará siguiendo estos lineamientos inter­nos, mostrando su asertividad, ejerciendo su voluntad.  Porque actuar siendo fiel a sí mismo es amarse.  A partir de aquí, las definiciones y conductas ahora positivas, que se generaron por el dinero, ganancias, o bienes, irradian a todos los demás ámbitos de la vida de la persona.  Como el Sol, estrella que ilumina todo el sistema planetario, el amor propio impregnará toda otra conducta personal, sin importar ya el asunto en cues­tión que lo despertó.
 

II ‑ EL AMOR PROPIO, BASE DEL AMOR

                ANTES DEL AMOR PROPIO ALGO DEL AMOR
                Antes de seguir adelante es necesario incluir algún comentario acerca del amor; tema tan vasto, en algunos aspectos tan inapresable, con tantos matices y derivaciones, que la humanidad hasta ahora no se ha puesto de acuerdo al respecto:  la prueba es que aún no se ha dicho la última palabra y se sigue hablando de él.  Para dilucidar el tema poco ayudan las actitudes contradictorias que se encuentran:  para algunos el amor es algo que se da por sobreentendido, como si hubiéramos nacido siendo “expertos” en amor, mientras que para otros no se sabe con nitidez qué es.  La cuestión es que el mundo y la existencia toda gira en su torno y tiene como meta el amor.
                Para el cometido de este estudio, podemos considerar que el amor en su sentido más general es ese “algo” innato, llámeselo fuerza, impulso, motivación, energía, o como quiera llamarlo, que nos hace intentar trascender la separatidad buscando la unión.
                La separatidad es el sentimiento de estar cósmica o existencialmente solos y desco­nectados ‑separados‑ de algo intuido como mayor que nos puede contener e incluir, con la carga de angustia que esa misma separación genera.  Tam­bién intuimos o adivinamos que la unión es la clave para superar la angus­tia de la separatidad.
                Y según sean los caminos para lograr esa unión, y los diversos obje­tos (hermano, padre, hijo, pareja, amigo, trabajo, Dios, hobby, naturale­za, arte, etc) como metas de unión, serán las múltiples caras del amor; algunas de ellas falsas, otras auténticas.  Cuál es entonces el parámetro para diferenciarlas?  Pues en el verdadero amor, el amor maduro, la unión se busca y se logra a condición de preservar la propia integridad e indi­vidualidad.

AHORA Sí, EL AMOR PROPIO CON LA LUPA

                En el amor propio, yo mismo me convierto en el objeto del amor, de mi amor; y la unión buscada es conmigo mismo.  En el amor propio busco ser íntegro, integral, individuo, indiviso, entero, completo (todas analogías solares); el amor propio permite unificar las diversas partes (emociones, sentimientos, pensamientos, ideales, esperanzas, complejos, instintos, deberes, etc) de mi ser, concientes e inconcientes, en un todo armonioso.

                Hagamos una comparación musical.  En mi interior existen muy diver­sas voces ‑instrumentos‑ cada una con su discurso y argumentos ‑línea de melodía‑, cada una de ellas tratando de imponerse sobre las otras, lográn­dolo por momentos; pero argumentan, discuten, no se ponen de acuerdo, des­diciendo una a la otra (cada instrumento toca su música, mas como no nece­sariamente armoniza con el instrumento vecino, el resultado es ruido) e inestabilizándolo todo.  El amor propio permite atender objetivamente cada una de estas voces, darle el tiempo y espacio de expresión adecuado, y ordenar el conjunto.  Entonces los diversos instrumentos no harán más una discordante caco­fonía, sino que interpretarán una hermosa sinfonía.  La sinfonía armónica del pro­pio ser en su plenitud, unido e integrado.

                UNA DESCRIPCION GENERAL DE QUIEN SE AMA A SÍ MISMO
                La persona que se ama genuinamente a sí misma no depende de nada ni nadie exterior, ya que en su centro más íntimo encuentra las razones para todo su accionar.  Esta persona se conoce en profundidad, sabe lo que realmente quiere, lo que su ser necesita o desea para sentirse bien y crecer, actuando coherentemente con su sentir, idéntico a su saber.  Es muy conciente de todo.  Conoce sus partes más sombrías, negativas e inconcientes, y también las acepta;  así las contiene y canaliza reencuandrándolas.  No actúa por impulsos ciegos.  Es incondicional consigo mismo.  Se cuida, no se permite nada lesivo para su ser nuclear; cuida su cuerpo y salud, porque también ama ese continente físico de su ser.  Quiere mejorar, expresar sus potenciales, su creativi­dad, actuando asimismo con esas intenciones, y alejándose de aquello que las inhiba o estropee.  Es realista.  Responsable de sí mismo y ante sí mismo:  no echa a nadie la culpa, ni proyecta sus cosas sobre los otros, ni tiene expectativas fantasiosas acerca de los demás ni las circunstancias; porque él sabe que es el único hacedor y responsable de su vida, su destino, y actúa en coherencia.  Se siente y sabe fuerte.

                Por todo ello se siente dichoso, la alegría domina en su vida.  Tiene enfoques positivos, no irreales.  E irradia, transmite, su bienestar.  Tan bien se siente que quiere compartir su dicha, lo suyo, su ser; quiere que los demás estén en su misma frecuencia, pero no lo impone, sabe respetar.  Una de sus leyes es “lo que es bueno para mí también lo es para los otros, y lo que no lo es, tampoco lo es para ellos”.  También, de una forma natu­ral y espontánea, ama a los otros (pareja, amigo, familiar, hijo, prójimo, etc) porque las mismas conductas que tiene consigo mismo y le permiten su propio amor, en un todo de continuidad las aplica con los demás y en toda su vida exterior.  Y da; el dar es una manifestación inherente a su ser.  Y al dar automáticamente recibe, pero no busca recibir.  Al dar logra también la unión, ahora con otro ser.

LOS INGREDIENTES DE LA RECETA

                Antes de ver cada uno de los componentes característi­cos del amor propio se impone una aclaración.  El amor propio es una totalidad en la cual todos estos elementos confluyen, se interconectan unos con otros, y son convertibles unos en otros.  Como todos son igualmente importantes, es necesario que estén todos por esa misma interdepencia que presentan.  Estarán en mayor o menor medida, pero deben estar todos.  Por el contrario si faltara alguno, ya es señal de que no hay amor propio.  Es como una mesa de 3 patas en la cual si falta una la mesa se derrumba; o sea que están las 3 patas, o no hay mesa.  Aquí ocurre lo mismo.

                  ACTIVIDAD
               
El amor no es un sentimiento ni un afecto en el sentido de que algo o alguien lo afecte, me afecte.  El amor es una actividad:  dar los pasos necesarios, concretos, eficientes, para lograr la unión an­helada.  El amor se hace efectivo en la acción, no existiendo amor si no hay una actividad coherente que permita culminar, desarrollar, mantener, o preservar el amor mismo, que supuestamente es lo que se quiere.
                No puede ser cierto que me amo si mis conductas lo desdicen, si hago algo que no sea bueno para mi ser:  mantener a sabiendas conductas que deterioran la salud, sostener relaciones insatisfactorias o no plenas, tener continuadamente trabajos frustrantes, no permitirme disfrutar, etc, sin importar las causas de todo esto.
                Actividad asimismo quiere decir lo que de forma continuada está en obra, lo opuesto de estado pasivo o estático.  No es que se logra el amor y ya todo terminó; el amor es un estar continuado que se retroalimenta y evoluciona.
                Por otro lado actividad es ejercer (poner en acción) las facultades y poderes inherentes que como ser humano tengo.
                Por último la actividad también se refiere a la actividad interior:  un estar atento a lo que ocurre en mí, conmigo, y atender los procesos síquicos necesarios.
                En fin, como bien dice el refrán “hechos son amores, y no buenas razones”. 

                  PODER
               
Actuar, que los propóstitos lleguen a los hechos, concretar resultados en plan de amarse uno mismo, implica el uso de una fuerza, la manifestación del poder.  Esto es el poder personal e innato que todos tenemos, que nos permite ser nosotros mismos, el poder de definir y preservar nuestros límites como seres independientes y con derecho a una existencia propia.
                Todos tenemos este poder, el poder del ser, aunque en cada uno de nosotros tome muy diversos colores.  Es el poder que respalda y promueve la acción correcta.
                El poder también es “llevar las riendas”, la capacidad de controlar y graduar la energía promotora del propio amor, así como controlar y mejor dirigir la actividad. 

                  EL CENTRO DENTRO DE UNO
                Aunque
pueda parecer obvio, en el auténti­co amor propio el centro de uno está dentro de uno.  Es decir, el punto de referencia que antes o después siempre se toma en consideración y da la última palabra es mi propio ser, mi núcleo más íntimo.  Este centro inte­rior (o estar centrado en el ser) es quien mejor sabe lo que quiere, por­que a la vez eso que quiere no solo es bueno para uno, sino generalmente lo mejor.
                Cuando nos conectamos con nuestro ser interior todos somos sabios, porque desde allí se conoce sin distorsiones, y podemos actuar sin temor a equivocarnos.  Porque ese centro interior es en última instancia nuestra esencia espiritual.
                No es siempre fácil actuar desde el centro, pero se siempre posible, e irrenunciable cuando nos damos cuenta.  Porque si es de otra manera, nos estamos traicionando, no somos coherentes con nuestro ser, no nos amamos.

                  VOLUNTAD
                Vinculado con los recientes conceptos está la voluntad:  el amor es un acto de la vo
luntad.  Soy yo quien quiere y decide amar; soy yo quien en última instancia da los pasos necesarios, actúa, toma posicio­nes.  Si yo no lo hago, nadie lo puede hacer por mí.  Si yo no quiero amar, no quiero amarme, es inútil que sigamos diciendo una sola palabra más!  El amor es la voluntad puesta en obra; la voluntad es el motor de la acción; la voluntad es dirigida por el poder.

                  CONCIENCIA Y CONOCIMIENTO
                El amor no es ciego ni vacío! no se puede amar lo que no se conoce.  No me puedo amar si no me co
nozco.  Si no, ¿qué es lo que se ama?.  ¿Una ilusión, una fantasía, un fantasma, algo que no ex­iste, una mera imaginación?  Conocerme implica tener clara conciencia de mi personalidad, valores, cualidades, gustos, deseos, fuerzas y debilida­des, formas de actuar, motivaciones, y todo aquello que los demás puedan objetivamente apreciar de mí, no debe serme para nada extraño ni desconoci­do.  Por lo menos debo conocerme tanto como los demás creen conocerme.
                Pero el conocimiento de sí mismo requiere además una mayor profundidad si de verdad quiero amarme.  Este grado de conocimiento implica son­dear en las oscuridades de la sombra y del inconciente, conectarme con lo que realmente siento, mis necesidades no declaradas pero insatisfechas, mis pulsiones, mis complejos, mis traumas infantiles y del pasado en gene­ral, mis carencias no asumidas, mis represiones, mis miedos e insegurida­des no reconocidos que me hacen defenderme a hierro y fuego de lo que en el fondo más quiero, mis ambivalencias, mis proyecciones, mis prejui­cios, y todo aquello camuflado y que me hace sentir débil o vulnerable, todo aquello inadmisible y censurable que escondo como vergonzoso y que sin embargo también soy yo, son parte de mi ser.  En fin, debo ampliar el foco mi conciencia para ir incorporando, conociendo y manejando mi incon­ciente, todo eso que tras bambalinas me determina y me define en los actos y forja mi destino, sin yo darme cuenta.
                En la medida que vaya conociendo esas otras partes sombrías de mi ser, podré amarlas y amarme, porque como dijimos, no se puede amar lo que no se conoce.   Además, esas partes desconocidas mías determinarían con­ductas y actitudes inconcientes, espúreas, que persiguen sus propios obje­tivos sin verse nunca satisfechos; actitudes manipuladoras e inconvenien­tes para conmigo mismo, que pueden sabotear mis metas y valores concien­tes, aunque mi boca y mi cabeza digan lo contrario.
                Obviamente, nunca podremos conocer TODO lo inconciente, pero cada vez podremos iluminar zonas más vastas del mismo, conocernos más, amarnos me­jor.  Porque cuando accedo al inconciente y lo conozco, puedo tener más claros los resortes y “programas” internos que me condicionan, y a partir de allí “contenerlos”, darles una salida dirigida, controlada, conciente, madura, para que pueda empezar a hacer las correcciones de fondo y autén­ticas, para empezar a buscar las reales y verdaderas soluciones a mis pro­blemáticas, sin más proyecciones, sucedáneos, compulsiones, transferen­cias, prejuicios, falsos temores, o lo que fuere.
                Es la única manera en que estas sombras pueden perder su enorme po­der. 

                  LIBERTAD, SANIDAD SICOLOGICA
                Cuando me conozco objetivamente puedo dar los pasos necesarios para ponerme de acuerdo con las sombras de mi in­conciente, como encauzar convenientemente esas fuerzas, proveerles vías auténticas y más favorecedoras para darles satisfacción, para así curar y sa­nar interiormente.
                Como un premio extra, cuando se realizan estos reencuadres de patro­nes sicológicos se libera una buena cantidad de energía de la cual se pue­de disponer a partir de ese momento, energía que estaba encerrada en esos mismos mecanismos inconcientes, y que al liberarla nos hará más felices e in­tensos, más vivos y sanos.  Porque al recuperar estas energías volvemos a conectarnos con nuestros propios poderes, nos vemos fortalecidos, con más coraje y confianza en nuestras capacidades para lograr nuestros propósi­tos.
                Por otro lado, una fuerza innata que nuestro ser nuclear más íntimo tiene es la de aspirar a la excelencia, la búsqueda de la mayor plenitud, de todo aquello que le permita ser más él mismo y con mayor continuidad.  Esto es mejorar y progresar continuamente.
                Por lo tanto, cuando corregimos nuestras rengueras sicológicas, cuan­do somos más sanos, sinónimo de ir elevando nuestro nivel evolutivo, somos automáticamente más libres.  Porque el ser nuclear se manifiesta con menos trabas y menos distorsiones (de las problemáticas sicológicas inconcien­tes), es más él mismo, es más libre.
                La dependencia, el narcisismo, la omnipotencia, la necesidad de domi­nar, de poseer, de acumular, la subjetividad siempre distorsionante, repe­timos, son otros matices de nuestra falta de madurez, de sanidad sicológi­ca, o de libertad.
                Aunque la libertad y la madurez o salud sicológica son dos cosas di­ferentes, las manejamos ahora a la par, casi como sinónimos aunque no lo son, porque más que ninguna otra cualidad, coexisten juntas, o no existe ninguna de las dos. 

                  CUIDADO
                Es evidente
que uno cuida aquello que ama, sea ésto lo que sea.  Por un lado el cuidado tiene una faceta preservadora, que protege, asegura una continuidad, provee las necesidades, nutre, alivia, consuela, suple carencias.  Pero muy importante, todo ello de forma transitoria.  Cuando esas conductas se hacen permanentes ya no hay amor sino dependen­cia, relaciones tipo salvador‑víctima, o tipo madre(padre)‑hijo.
                Con una mejor comprensión el cuidado es promover la vida y el creci­miento de lo que amamos, que eso amado evolucione y se desarrolle.  Así parece más fácil de ver cómo realizar el propio cuidado, que es cuando nos apartamos o evitamos todo lo que sea dañino para el yo, incluyendo lo que dañe el cuerpo porque es el vehículo físico del yo; así como de todo lo que nos frustre, impida ser nosotros mismos, nos impida crecer, desarro­llarnos, y por ende, cambiar, ya que el cambio es inherente a la vida.
                O sea cuidarnos es una actividad, un trabajo.  E inclusive, así en­tendido el trabajo y el amor se vuelven inseparables, siendo muy fácil de comprobar que amamos por lo que trabajamos, y trabajamos por lo que ama­mos. 

                  RESPETO
                Otra cualidad intrínseca del amor propio es el respeto, la capacidad pa
ra aceptarnos sin condiciones y objetivamente tal cual y cómo somos, y recién a partir de esta aceptación promover nuestro crecimiento.  Respetarnos es pues aceptar nuestra individualidad, tomar en cuenta en todo momento que somos seres únicos con cualidades particulares que son solo nuestras, especiales, dignas de total consideración y merecedoras de su propio espacio y expresión.

                  RESPONSABILIDAD
                La responsabilidad es la capacidad de hacerse car­go y atender las necesidades de mi ser, primordialmente síquicas, aunque tam
bién las físicas.  Ser responsable, autoresponsable, es dar res­puesta, responder actuando frente al reclamo de mis necesidades.  Habi­tualmente se entiende la responsabilidad como una carga, un deber, una obligación penosa, algo impuesto de afuera de lo cual es muy difícil za­farse.  En realidad la responsabilidad es un acto voluntario, una actua­ción necesaria e ineludible frente al compromiso conmigo mismo de atender mis necesidades.  Es más, no ser autoresponsable es traicionarse.
                Ser autoresponsable es pues hacerse cargo de cualquier tipo de logros y realizaciones que uno se proponga; es hacerse cargo de crecer, evolucio­nar, desarrollarse y ser feliz.  Cuando somos autoresponsable no depende­mos de nadie ni nada exterior para todo ello, ni les echamos las culpas cuando las cosas no salen, ni se las exigimos, ni esperamos irrealística­mente nada, porque en el fondo siempre sabemos que todo lo que nos ocurre depende de nosotros, que de alguna manera lo propiciamos y permiti­mos.  Somos para bien y para mal hacedores de nuestro destino, somos res­ponsables de nosotros mismos.
                Cuando somos autoresponsables tenemos una actitud de autoamor madura o adulta, y asumimos gozosamente (nada de cargas ni pesadas obligaciones impuestas!) el compromiso con nosotros mismos de apuntar a la excelencia, de promover nuestro crecimiento, de atender las necesidades de nuestro yo. 

                Hasta aquí hemos comentado los diferentes elementos que deben con­fluir para producir esa magia especial, eso que antes o después descubri­mos como objetivo vital y el origen de nuestra existencia:  el amor, idén­tico al amor propio.
                Cuando el amor propio está activo por la reunión de estos elementos es cuando en verdad nos amamos, y no antes; es cuando somos auténticos.  Y repetimos:  todos esos elementos son igualmente necesarios, TODOS  deben estar presentes, ya que si alguno de ellos no lo está, seguramente no ex­isten otros, y no hay amor.  Es como si la existencia de uno de esos ele­mentos propiciara la acción de los demás, como si estuvieran interconecta­dos, como si cada uno de ellos se transformara en cualquiera de los otros.  En fin, todos esos elementos configuran una totalidad, una manifestación global que llamamos amor.

EL AMOR PROPIO SE CONVIERTE EN AMOR

                Cuando tenemos amor propio, cuando es una realidad vivencial y no un concepto, se dan una serie de mani­festaciones que le son propias y conviene reconocer, ya que nos sirven como puntos de referencia para valorar cómo nos estamos desenvolviendo en este camino del amor.  Porque como dicen las viejas escrituras “por los frutos conoceréis el árbol”.
                La plenitud del amor propio produce dicha, alegría, contento, serena felici­dad.  Surgen como resultado de la actividad del amor, a la vez que lo re­troalimentan, sirviendo esa alegría como estímulo para continuar en la postura activa del amor que antes la produjo.
                Este contento surge como resultado de la unión consigo mismo que el amor produce, unión entre nuestras diversas partes internas, entre nues­tros variados yoes que ya no producen una cacofonía ruidosa sino un coro armónico, unión interna que nos hace individuos, in‑divisos, no divididos, sino íntegros, integrados, completos, totales, plenos:  realizados.
                Este contento se nota como buen humor, un ánimo sereno y estable, una postura inicialmente positiva y abierta a todo, pero no influenciable ni voluble; una seguridad y fortaleza que proviene de estar interiormente centrado, pero que no avasalla ni se impone a los demás; un sentido del humor que no es agresivo ya que no se ríe de, ni a costa de los demás, sino que ríe con los demás.
                Cuando nos amamos, la plenitud y bienestar de este estado no queda encerrado sino que se irradia y transmite espontáneamente, en una continuidad de conducta que irá abarcándolo todo, como se expanden las ondas de un estanque cuando cae una hoja.  Es absolutamente imposible amarnos en partes, amarnos únicamente en determinada área:  si así fuera en realidad no nos amamos.  Amarnos es una actividad integral y totalizadora porque impregna TODAS nuestras manifestaciones; amarse establece una continuidad de con­ductas entre el interior y el exterior, entre yo y los demás, entre yo y el mundo.  Con otras palabras, no puedo seguir cierta línea de conducta que sé positiva conmigo, y otra conducta diferente con el exte­rior, porque eso exterior forma también parte de mi mundo, de mí; porque yo estoy vinculado con el exterior.  No sería coherente; es más, no me amaría.
                O sea, el amor es una activa toma de posición que es la misma para todo lo que amo, sea cual sea el objeto de mi amor (personas, cosas, seres vivos, Dios, la naturaleza, etc).  Dicho de otra manera, el amor conforma una serie de actitudes, que definen a su vez una postura de vida, que es siempre la misma para con todo lo que entra en relación con el yo, porque en última instancia es la actividad de amor del yo para consigo mismo.
                Resumiendo, cuando me amo desarrollo una serie de actividades o actitudes para conmigo, que en solución de continuidad seguiré teniendo entre mi interior y toda relación mía con el ex­terior; es decir, aplico los mismos valores y criterios que tengo para conmigo, en todo relacionamiento con el exterior.  Porque eso exterior está en mi mundo, y por ende lo siento de algún modo profundo conectado con mi ser interno.  En realidad es el amor que busca la unión.
                Y de todo lo externo nos damos cuenta cuán importante es para nuestro yo los demás.  En adelante usaremos como sinónimos los demás o el otro, refiriéndonos de forma general a quienes nos rodean, familiares, pareja, compañeros, amistad, conocido, o cualquier representante singular o grupal del género humano.   Retomando el hilo, cuando nos amamos tomamos cabal conciencia de lo importante que es para el bienestar del propio yo, los demás.
                Recordemos que el amor es esa fuerza que impele a la unión.  Agregamos ahora que una vez lograda la unión, la misma busca expandirse en niveles de mayor unión, en uniones más inclusivas y menos excluyentes.
                Repasemos el proceso hasta hasta ahora expuesto.  Estamos asentados en el amor propio.  Las actitudes y valores que lo permiten están activas y las apli­camos con todo lo que nos relacionamos.  Nos damos cuenta de una necesidad básica de nuestro ser interno, que es el otro.  Porque así como logramos la unión interna, buscamos trascenderla y alcanzar la unión con los demás.  Esta búsqueda de unión con otro/s diferente de yo mismo, es el amor.
                La cuestión ahora es el cómo me importa el otro, y el tipo o modo de unión que tenga con él.
                Pues el otro me importa tanto como yo mismo.  El otro no es en ningún sentido más que yo; tampoco lo es en ningún sentido menos que yo.  Porque aplico en mi relación con los demás las mismas conductas y criterios que tengo conmigo mismo para acceder a mi propio amor.  En consecuencia, el bienestar de los demás, contribuye a mi propio bienestar; yo no me puedo sentir bien si los demás tampoco lo están; porque me siento unido a ellos, porque los amo.  Siento que en ellos hay algo mío, que de algún modo ellos también soy yo.
                Se nota ya aquí que el genuino amor propio es el polo opuesto del ego­ísmo; en este último cuenta única y exclusivamente mi bienestar, sin tomar para nada en cuenta el bienestar ajeno.
                Otra salvedad.  La unión que se logre con el otro tiene una condi­ción, aparentemente paradójica, pero no negociable:  es la preservación de la propia individualidad.  Es la paradoja de dos seres unidos, pero cada uno sigue siendo un individuo completo y separado.  Si en la unión se pierde la individualidad, no es un amor maduro, ni existe entre las partes el propio amor; puede ser una relación de necesidad, de dependencia, de dominio, de sim­biosis, o de cualquier otra cosa, menos de verdadero amor.
                La vieja sentencia bíblica de “ama a tu prójimo como a tí mismo” en una concisa síntesis nos indica lo mismo.  Nos dice que para amar al prójimo (el otro) antes debemos amarnos a nosotros mismos, y en el “como” que le amemos igual, ni más ni menos que a nosotros.  Hilando más fino, “tu prójimo” y “tí mismo” son dos conceptos separados unidos por el verbo amar:  el amor une los seres, mas cada uno sigue manteniendo su individua­lidad. 

                O sea que aplico en mi relación (de amor) hacia el otro todos los elementos del amor propio ya mencionados:
                  ACTIVIDAD.  El amor es una actividad que nunca cesa, es el ejercicio de mis energías y capacidades para hacerlo una reali­dad, es acción correcta.
                  PODER.  El poder sigue estando dentro de mí; también el otro tiene su propio poder, a su vez también dentro de él.  Y cada uno debe conservarlo para preservar su individualidad.
                  EL CENTRO DENTRO DE UNO.  Similar al punto anterior, si se pierde el centro, si lo colocamos fuera de uno mismo, se pierde la identidad, la vida personal, la salud.  Cada uno de nosotros debe man­tener ese centro de toda referencia en el propio interior.
                  VOLUNTAD.  El amor no es un sentimiento sino un acto de la voluntad, una decisión conciente y voluntaria de querer lograr la unión. 

                Los elementos hasta aquí expuestos siguen teniendo la misma funciona­lidad interna y no deben extenderse sobre los demás.  Son factores necesa­riamente existentes dentro de cada uno de nosotros, factores que cada uno debe manejar por sí mismo, para dar cabida al amor.
                Los cuatro siguientes elementos sí deben existir y aplicarse en mi relación con el otro. 

                  CONOCIMIENTO, CONCIENCIA.  Como no podemos amar lo que no co­nocemos, debo conocer al otro:  conocer sus cualidades, virtudes y defectos, potencialidades, en fin, conocerlo objetiva y rea­lísticamente para no dar cabida a relaciones con fantasmas, fal­sas.  Y aún conocerlo en profundidad, saber las causas prima­rias, saber más allá de lo manifiesto lo que realmente ocurre en su interior y origina sus conductas y los hechos actuales que en la situación concreta observamos.
                  SANIDAD SICOLOGICA, LIBERTAD.  Al menos en alguna medida cada una de las partes debe tener superados sus miedos e insegurida­des, dependencias, necesidad de controlar, complejos, pulsiones inconcientes, etc, todo aquello que atente contra la claridad de la relación al buscar satisfacer necesidades o compensar caren­cias propias con el otro.  Uno debe estar interiormente libre de cadenas para que la relación sea sana, madura, plena.
                  CUIDADO.  El proteger y cuidar al ser amado de forma transito­ria ante sus problemas.  Pero sobre todo el cuidado es promover su desarrollo y crecimiento, su evolución, que adquiera lo que le falta, mejore en lo que deba y siga su propia línea ascendente de vida.  Cuidar es incentivar y estimular todo ello.  No inva­lidar ni salvar.  No compensar carencias ni limitaciones recí­procas.
                  RESPETO.  Así como me respeto, respeto al otro:  considero sus eventuales limitaciones, su individualidad, le acepto tal como es, no hago imposiciones según lo que yo pienso que debería ser o hacer.  No interfiero en lo que le es suyo propio. Y quiero que él siga siendo él.  Porque cuando no hay respeto hay dominio.
                  RESPONSABILIDAD.  La responsabilidad ahora es es mi capacidad de dar voluntariamente una respuesta a las nece­sidades, expresas o no, y primordialmente las síquicas, de la otra persona.  No es un deber impuesto, ni una carga, sino un compromiso consigo mismo al respecto, al sentirme tan responsa­ble por el otro como por mí mismo.

                Podemos evidenciar entonces que el amor propio y el amor al otro son, como los llama Erich Fromm, conjuntivos:  no pueden ir el uno sin el otro, sino que existen a la par.  No entran en conflicto, ni uno es más que otro, sino que son lo mismo.  Por ello, si existe uno de ellos, automáti­camente existe el otro; si hay problemas en uno de ellos igualmente los hay en el otro; y si uno de ellos está ausente, asimismo está ausente el otro.


III ‑ EL AMOR EN ACCION: DAR.

                Hemos comentado los elementos del amor, algunas características de la persona con verdadero amor propio, cómo éste se prolonga naturalmente en solución de continuidad en el amor a los demás.  Ahora veremos una última cualidad, mas no por ello menos importante que todas las anteriores, prototípica del amor.
                También describimos a la persona que se ama como alguien en un estado de plenitud, con sentimientos de realización, estados de ánimo positivos, dichosa y alegre pero no tonta, segura, fuerte, serena y tranquila, lúcida al conocerse y saber lo que quiere, autoconciente, respetuosa de sí y los demás, eficiente en su actividad, con energías abundantes, desconocedora del fracaso, activa en lo que le interesa promover, comprometida consigo misma y en consecuencia con la humanidad.  Persona que va extendiendo el sentido de la unión, reconoce la chispa divina que alienta en todos los seres, en todas las cosas, sientiéndose cada vez más parte del universo, con sentido de la propia participación en la sinfonía cósmica; y siente que ese fuego de vida que alienta todo lo que existe es en todos igual, que todos participamos de lo mismo, lo cual le hace sentir la unión.
                Tal persona, una vez en el camino del amor y sin importar en cual peldaño de este trayecto siempre ascendente se encuentra, se hace notar.  Como el sol, brilla e irradia su luz naturalmente porque es parte de su propio proceso de vida, iluminando así su entorno.  Su “metabolismo” es vivir en la luz y generarla.  Esta luz es abundante, su fuente es inagota­ble, y como no quiere ni puede guardarla para sí, la vierte generosa y desinteresadamente en su entorno, ilumina sin importar hasta dónde llega.  Y la luz impregna su entorno y lo vivifica; mejor dicho, se vuelve a su vez fuente de otras vidas. El sol es un dínamo de energía que sin cesar está dando, dar es su naturaleza.
                De igual forma, la persona que ama no puede contener su bienestar, su plenitud, su alegría, etc.  Le gustaría, mas mas no lo impone, que el mayor nú­mero de personas posibles gocen de la misma plenitud que ella, y por eso da.  Dar es pues un rasgo distintivo del amor en acción.  Dar es la cuali­dad importante y necesaria que restaba comentar.

                PERO CONCRETAMENTE, QUÉ ES DAR?
                Dar es dar de sí mismo, de la propia vida, de lo que tenemos más vivo en nuestro interior, de lo que juzgamos más significativo de y en uno mis­mo.  Damos nuestra alegría y de nuestra tristeza.  Damos comprensión, entendimien­to, manifestamos nuestro interés, nos expresamos como somos franca y di­rectamente, con claridad y sin ulteriores intenciones porque como el Sol, estamos orientados hacia la luz.  Mostramos nuestros gustos y valores, ex­presamos nuestro ser, somos auténticos.  Dar es darnos.  Dar es ser tal cual somos y exponernos a ser vulnerables.
                Pero damos porque somos fuertes, porque tenemos confianza en nosotros mismos y nuestros recursos, porque sabemos que en última instancia no ocu­rrirá nada que nosotros no queramos; dar es una expresión del control que se tiene sobre la propia vida.  Dar es libertad, porque refleja desapego hacia aquello dado.  Dar es una expresión de riqueza y abundancia, porque no se puede dar de lo que no se tiene.  Dar es la máxima expresión de mi fuerza, mi poder, mi plenitud, mi control, mi seguridad.
                A su vez dar es lo que hace sentir vibrante y vivo, intenso, espe­cial, desbordante, dadivoso, abierto, pleno; todo lo cual produce la más inmensa dicha, alegría y contento.  Observamos pues un doble circuito de la alegría.  El amor de por sí produce alegría y contento que impele a dar; también el dar es por su lado promotor de la dicha.  Alegría, contento, dicha, son otros tantos valores tradicionales atribuidos al Sol astrológico.
                Y se da porque es propio del amor dar, es un consecuencia natural y espontánea, inevitable.  No se da con el propósito de recibir; dar por sí mismo es fuente de inmensa alegría.  Pero curiosamente ocurre, cual si fuera un proceso automático, que al dar se recibe.  Más aún, no se puede dejar de recibir, es inevitable recibir algo a cambio.
                Por otro lado eso que se da el receptor de algún modo lo siente, le agrega algo a su vida, y le genera alguna reacción, alguna respuesta, alguna mani­festación de su ser.  Se siente dichoso y agradecido por lo que ha recibi­do, y se convierte a su vez en feliz dador.  Surge así una corriente mag­nética estimulante y creativa entre dador y receptor que es mutuamente sentida; en realidad ambos seres se hacen dadores y se sienten agradecidos y felices por algo nuevo que nace, la nueva vida que surge para ambos a partir de esa mágica instancia.  Con otras palabras, se genera un circuito de retroalimentación entre dador y receptor que origina algo nuevo.  Es así que el amor es creativo, otro típico concepto solar.  Y otro ejemplo más de la ley esotérica tan simple y tan verdadera que dice “lo parecido atrae lo parecido”, que en este caso particular sería “el amor atrae el amor”, o mejor, “el amor es un poder que genera amor”.
                Ejemplos concretos aparecen por doquier:  el maestro que con su amorosa tarea ayuda a crecer a sus alumnos, mas siempre aprende algo de ellos; el artista de escenario se da a su público y la respuesta de éste le estimula en su actividad creativa, surgiendo esa comunicación que electriza y eufo­riza a unos y otros; el paciente llega a curar a su terapeuta, etc, todo ello siempre y cuando la relación sea auténtica.
                Resumiendo, dar es el amor en acción y uno de sus rasgos más distin­tivos. 

                LA PERSONA EGOISTA
                Para ver mejor las diferencias detengámonos un poco en el egoísmo y sus personeros.  El egoísta está centrado en sí mismo pero no le importa nada ni nadie más; no se siente para nada unido, ni consigo mismo, ni menos que menos, con los demás, ni el mundo.  Está separado, y es él mismo quien se segrega con sus actitudes.  No da, no siente placer en ello; solo quiere tomar, recibir, y lo hace ávidamente, para calmar un hambre que nunca se sacia.  Considera utilitariamente el mundo exterior o los demás, en función de su propio provecho.  No respeta ni atiende las necesidades ajenas:  no las siente, no las percibe, no le importan ni interesan.  Trata de imponerse y dominar, para controlar según sus intereses.  La integridad o individuali­dad ajenas no existen en su alfabeto; pasa por encima de los demás, no los respeta.  Solo ve por y para sí mismo, en función de sus absolutistas deseos y supuestas necesidades.  Se cree el centro del mundo, a quien el mundo le debe todo, y nada debe él al mundo.  El egoísta no es feliz, y al final siempre queda disgustado y solo, y no porque sea una elección conciente.
                En esto último yace la carácterística más distintiva del egoísmo:  la soledad.  Todas las otras cosas pueden estar más o menos camufladas, pero la soledad se hace evidente.  La soledad es fruto de sus acciones, y es padecida, no elegida.  Mientras que la soledad de la persona que se ama a sí misma, si es que está sola, es una elección, y no un padecimiento.
                Como vemos por la descripción el egoísmo y el genuino amor propio son los polos opuestos.
                El egoísta no se ama nada, porque es totalmente incapaz de amar.  Obviamente no ama ni puede amar a nadie.  El egoísta aún no ha crecido como ser en el sendero del amor.  Es una etapa previa, pasaje necesario si se quiere por el que todos en cierto momento transitamos, para aprender finalmente por la vía del error que el egoísmo es estéril, no produce los resultados que se buscan, y no conduce más que a la frustración y el vacío.  Se podría decir que el egoísmo es inmadurez.
                En el egoísmo se carece de alguno o varios de los factores antes des­criptos como necesarios en el amor; mas bien de varios, ya que como vi­mos, están estrechamente relacionados entre sí y uno lleva al otro.  Sin­tetizando mucho, podemos constatar que el egoísta no se conoce nada; cree que sí, pero solo accede a la capa superficial del ego sin llegar a su ser nuclear más íntimo.  Le falta coraje, valor, poder, para hacerlo.  Porque eso implica compromiso y hacer cambios, que le cuesta hacer por su rigi­dez.  Por tanto no se respeta, no sabe cuidarse, ni tiene autoresponsabi­lidad, porque culpa a los otros, al destino, a Dios, la vida, o lo que sea, por sus sinsabores y desgracias, sin darse cuenta que todas, absolutamente todas se las ha creado él.  El egoísta tampoco es libre, sino preso de su inconciente, sus instintos, sus impulsos; es ciego y no ve la realidad, no es conciente de sí.  En síntesis, no se ama; y quien no se ama en realidad se está odiando. 

                EL EJEMPLO DE ANDRÉS
                Retomemos este ejemplo que antes comentamos para ilustrar todo esto.  Andrés tenía una pareja, muy especial, y como la quería había centrado su vida en ella.  Tanto, que sin darse cuenta fue dejando en el camino muchas cosas que a él le importaban y lo hacían sentirse bien.  Había dejado de vivir su vida, para vivir lo que quería su pareja.  Había dejado de lado su propio poder, y era ella la poderosa, quien en última instancia llevaba la voz cantante.  Andrés se iba sintiendo muy mal, en muchos aspectos, cada vez más; inclusive su salud se vio afectada.  A veces tenía disgustos con su pareja, cada vez más prolongados, pero se los tragaba y se decía que si había amor, tenía que seguir adelante.  Creía que eso era lo normal en la pareja, que así era el amor.
                Hasta que un día, ante un pedido nada trascendente de ella, Andrés se desbordó.  Sentía que si cedía en eso, era ya perder la poca dignidad que le quedaba, y no lo podía soportar.  Si le pedía eso, era porque en realida él no contaba para ella.  Se dio cuenta que de alguna manera estaba solo.  Solo e infeliz.
                Había dejado todo por ella, y no tenía nada.  Le vino una gran bronca.  Todo por culpa de ella.  Aunque por momentos la rabia era con él mismo, por haber cedido tanto.  Pero ahora se terminó, no iba a ceder más, ni postergarse más por ella.  Ni por nadie.
                Así que empezó a poner el centro en su interior, y a guiarse en adelante únicamente por lo que él quería, le gustaba, necesitaba o lo viniera en ganas.  Como es lógico, de un extremo se pasa al otro, antes de alcanzar el equilibrio.  Andrés ahora no dejaba pasar una, terminaba siempre imponiendo su voluntad, ya no era más el débil de antes.  Fue recuperando su fuerza, su alegría, su vitalidad, su salud inclusive.  Y podía hacer cosas, que además le salían bien.
                Pero tan autocentrado se puso que se convirtió en un egoísta.  Por tanto se quedó solo.  Era encantador y trataba con mucha gente, pero no tenía relaciones estrechas porque cuando intimaba, los demás captaban que en realidad no eran importantes para él, que no los quería, que los dominaba, algo así, y se alejaban.
                Otra vez Andrés se empezó a sentir mal.  Cómo podía ser que alguien como él, tan esforzado, tan superado, tan autoconstruído, tan maravilloso, tan exitoso, estuviera solo.  Él quería compartir su mundo, su vida, con alguien.  Quería amar y ser amado, pero no se le daba.  Se cansó de seducir sin resultado.  Es que hasta ahora, para él una pareja o relación estrecha era un vínculo de alguien que domina y otro que se deja dominar, no conocía otra cosa.
                Como seguía solo, ahora no le podía echar la culpa a nadie.  Así que empezó a evaluarse de otra manera, a poner en la balanza muchas de sus actitudes.  Empezó a darse cuenta que si tanto le importaba una pareja, en algunas cosas tenía que ceder.  Pero no un ceder a cuaquier costo, sino una elección conciente donde consideraba que el afecto que sentía o la alegría que daba al otro eran más imporantes que lo que él quería.  Pero en otras cosas no cedía, que eso en cuestión era muy importante para su ser, que no podía transar en eso, porque se traicionaría a sí mismo, y se volvería a sentir mal como al principio.
                Ahora sí empezó a conocerse de verdad, a cuidarse, respetarse y responsabilizarse por sí mismo.  Y como realmente quería una relación íntima y le importaba el otro, empezó a actuar de la misma manera con los demás.  Andrés empezó a actuar con autenticidad.  Ya no buscaba seducir, ni dominar.  Se mostraba como era.
                Las reacciones de los demás cuando intimaban con él fueron cambiando gradualmente.  Era un gusto estar con él, se sentían genuinamente valorados, estimulados, no exigidos, queridos.  Sus positivas y felices reacciones retroalimentaban a Andrés a seguir en esta vía.  Por tanto se sentía cada vez más contento, pleno.  Hasta que un día, de una manera espontánea y natural, pudo concretar la tan anhelada pareja.  Ahora sí, en todo sentido, fue un verdero éxito.
                En este caso la gran lección de Andrés es que él se conoce a sí mismo por la interacción con los demás o la pareja.  Que en la dinámica de estas relaciones está la posibilidad del juego de poder:  o lo tiene uno, o lo tiene el otro, donde uno de los dos se somete al otro.  La cuestión es aprender que el poder lo tiene uno y lo tiene el otro.  En base a eso se podrán ir haciendo los ajustes del caso, donde nadie realmente pierde, donde ya no se pasarán facturas, porque siempre hay de por medio elecciones libres y voluntarias.  Para Andrés esta realización es tan importante, que la dicha inherente a ella irá irradiando todos los ámbitos de su vida.  Y está siempre atento, porque sabe que en él yace la labilidad de ceder su propio poder al otro en aras de la relación.
                De una manera algo esquemática, y dejando de lado una cantidad de matices, lo que vimos serían las distintas etapas hasta llegar al genuino amor.  En este caso lo ejemplificamos con el Sol en la casa VII, pero el mismo tipo de evolución se puede dar con las temáticas de las otras casas.
  

IV - PROFUNDIZANDO LA RELACION ASTROLOGICA

                El Sol es el planeta que resume toda la dinámica del amor antes descrita.  Primeramente su apreciación global como planeta sin ninguna otra consideración de signos, casas, regencias ni aspectos, nos ilustra de todas las etapas por las que se puede pasar, y los mecanismos internos en juego.  O sea en el simbolismo solar se inscriben tanto los primeros y poco evolucionados estadios del amor, como la culminación del mismo cuando se hace maduro.
                La persona egoísta y la narcisista con todos sus rasgos distintivos ilustran esos primeros pasos.  Egoísmo, excesivo personalismo, desconside­ración para con los demás, indiferencia por el otro, primacía del deseo, imposición del ego, necesidad de dominio, omnipotencia, soledad, necesidad de lo suntuario y accesorio en compensación de la falta de realización afectiva, la igual necesidad de diversión para paliar carencias internas, vanidad, sensibilidad y dependencia del halago, orgullo y soberbia; énfa­sis puestos en los logros exteriores, materiales y concretos; ceguera, poco mirar hacia adentro, poco conocimiento auténtico; dependencia del exterior para el propio bienestar (cosas, personas, situaciones); rigidez, defensas muy elevadas en ciertos aspectos particulares, necesidad de cau­sar un impacto en los demás, inseguridad, capricho y arbitrariedad, cons­tituyen algunas de los significados solares tradicionales.
                Son conductas y maneras de ser necesarias, hasa ineludibles, para comenzar a valorar la importancia de estar autocentrados y comenzar a amarnos.  Pero deben ser transitorias.  Con ellas aprendemos, por la prueba y el error, que este camino es estéril y no da frutos que sacien nuestra sed de amor, de unión, de plenitud y dicha estables.
                Cuando llegamos a este punto de fracaso, quizá reiterado, comenzamos necesariamente a mirar hacia adentro para tratar de hallar alguna clave.  Y comenzamos a constatar que algo podemos hacer para mejorar la situación.  Y más, no solo podemos, sino que no hay otra salida que comenzar uno mismo, por sí mismo y para uno mismo, a hacer algo, ponerse en acción.
                Se comienza a poner el centro dentro de uno, ahora positiva y eficaz­mente.  Se empiezan a poner en marcha los recursos internos que todos te­nemos, pero que habíamos soslayado por desconocimiento, pereza, cobardía o lo que fuera.  Surge gradualmente la fuerza interior, la voluntad, el po­der genuino del ser interno; la actividad, la energía para la acción.  Surgen asimismo la conciencia de sí y la lucidez al desplegarse el autoconocimiento, que al profundidazarse encamina hacia la sani­dad sicológica y la libertad, pues se trata de ser cada vez más auténtico.  Al irse conociendo uno se va respetando, para ser fiel a sí mismo.  Acepta incondicionalmente todo lo suyo, conteniendo y encauzando sus sombras para que no le determinen ciega e incondicionalmente como hasta ese momento.  Se cuida y protege cariñosamente cada vez más, tratando de superar sus debilidades y carencias, intentando crecer y desarrollarse como ser lleno de vida y propósito.  Y siendo libre se hace autoresponsable, hacedor de su vida y destino, capaz de aportar respuestas a las necesidades de su ser.
                Todos estos son también atributos solares típicos:  la luz‑lucidez, la conciencia (ahora del ser), el respeto, el cuidado, la responsabilidad.  La luz y la conciencia no merecen mayores comentarios, su signatura solar es evidente.  El respeto también, asociado al sentido de dignidad y de honor; en este caso ser ante sí mismo digno, por la acción correcta, sen­tirse honorable, merecedor de honra, ser honrado.  Como la luz del sol reúne todos los colores del arco iris, igualmente el sol astrológico sin­tetiza las cualidades de todos los planetas.  Esto viene a colación porque el cuidado tiene inicialmente, en su faceta protectora, preservadora y transitoriamente salvadora, matices lunares; aunque enseguida el cuidado trata de promover el crecimiento y la vida, y esto es solar.  La responsa­bilidad tiene inicialmente matices saturninos, mas enseguida se transforma en el autocompromiso de atender las necesidades del yo con la acción, po­der y lucidez personal, todo ello solar.  La acción es marciana, pero di­rigida por la voluntad y no por el impulso del deseo es solar.  Por su lado el ejercicio de la asertividad, la voluntad y el poder, igualmente son atributos solares.
                El Sol en astrología es el corazón, el amor, y la vida.  El corazón es el centro del cuerpo y motor de vida.  Asimismo el amor, es el centro de toda vida, el sentido de ella, y la vida misma.  Pero todo lo anterior, el proceso del amor, los rasgos, cualidades y conductas necesarias, son el único ca­mino.
                El Sol, como la estrella que es, ilumina todo el sistema planetario.  De la misma manera, la actividad del amor se aplica a toda la vida de la persona, es una misma actitud para con todo objeto con el que se relacio­ne.
                La casa de posición del Sol es un elemento primordial en relación al amor.  En una primera instancia, negativa, es allí donde colocamos el cen­tro, tendemos a girar alrededor de esos asuntos considerados de extrema importancia, los admiramos e idealizamos en tal alto grado que podemos dejar de ser nosotros para que los mismos tengan cabida en nuestra exis­tencia, hasta que los mismos nos dominen, o tengamos una extrema dependen­cia a su respecto.  Asimismo esos asuntos estimulan nuestro ego superfi­cial, y surge amor propio mal entendido.  O si no, en esa casa y como reacción en contrario, nos ponemos egoístas y absolutistas para no perder o tener por la fuerza aquello que más quere­mos.
                Como nada de ello funciona, llega antes o después, con mayor o menor dramatismo, el fracaso, la frustración, la infelicidad.  Entonces se puede iniciar el proceso de cura para revertir la situación.
                La casa de posición solar, sus asuntos (relaciones, personas, cosas, vicisitudes personales, lo que allí se inscriba), se convierten en piedras de toque que nos hacen reaccionar; constituyen significativos puntos sen­sibles que promueven el arranque de todo el proceso del amor propio y del verdadero amor.  El centro de fuerza y poder está ahora dentro nuestro, nosotros tenemos el control.  Antes los asuntos de la casa de posición del Sol nos controlaban, ellos detentaban el poder y la fuerza.  Ahora, por los asuntos de la casa solar, gracias a la interacción y por la especial y tan importante significación que para nosotros tienen, empezamos a tomar conciencia, a conocernos en profundidad, darnos cuenta de qué, quién y cómo somos, lo que queremos, hasta dónde, ejercitamos la asertividad, manifestamos la voluntad, y nos cuidamos, respetamos, y responsabilizamos por todo lo que acontezca en adelante vinculado con la casa donde el Sol está presente,  y toda relación de esos asuntos con nosotros en nuestra vida.
                Una vez en el correcto camino del amor propio, se ve sumamente faci­litado el amor maduro con los asuntos (personas, cosas, situaciones, etc) de la casa solar.  Y una vez que el amor aquí ya es una postura de vida, una serie de actitudes irrenunciables porque la vida está en juego, irradia gradualmente a todo otro lugar y ámbito de la carta, a todo otro aspecto, relación y situación del nativo.
                Este desarrollo del amor por la casa solar, es desde otro punto de vista, uno de los senderos que el alma debe necesariamente recorrer en esta vida para adquirir las experiencias nuevas que necesita.  El Sol en este caso, es el presente, la existencia actual; su casa de posición en la carta enmarca la posibilidad y deber de éxito y triunfo (Sol) relacionadas las temáticas regidas por la casa, que al final siempre es el amor.
                El signo de posición solar ilustra la forma, el estilo personal que toma nuestro amor.  También, semejante a la casa de posición, puede refe­rirse a asuntos que motivan nuestro amor.
                Los aspectos del Sol, facilidades o contrariedades específicas, según sean los planetas aspectantes, e hilando más fino, sus respectivas casas de posición aportarán más detalles.
                La casa que es regida por el Sol, la casa que tiene Leo en su cúspi­de, también hay que considerarla en relación al amor, ya que algo de ella el Sol siempre tiene, e incide en la casa donde esté el Sol.
                Por último, los planetas en la Casa Quinta, si los hay.  Estos plane­tas enfatizan ciertos aspectos del amor, se aman esos aspectos, o inciden muy particularmente en el amor, para bien o mal según el caso.  Aunque siempre, como con cualquier otra indicación astrológica, existe la posi­bilidad de corregir aquello que es insatisfactorio luego de “darse cuenta” y conocer los mecanismos y elementos en juego.  Cada uno de los planetas tiene su particular color que aportar aquí.  Recordemos que la luz del Sol es blanca, color que en sí los reúne a todos los colores:  también el amor  (solar) reúne cualidades del resto del espectro planetario.  Por lo tanto un planeta en la casa V representa una cualidad muy acentuada en el amor.  Pero cuando el amor es completo, maduro, esa cualidad no debe impedir ni atrofiar nin­guno de los elementos antes descriptos en el amor. 

                LOS PLANETAS EN CASA V
                A modo de brevísima guía van aquí algunos comentarios acerca de la influencia de los planetas en la casa V. 

                SOL ‑  Casi el ideal!  El amor despierta al amor.  Se gira en torno del amor.  El amor da la vida, es la vida.  Amor narcisista, egoísta, adu­lador, satisface la vanidad y el ego.  Necesidad de afirmación vanidosa para sentir que uno existe, que es alguien.  Dominio en el amor, juegos de poder en y por amor.  Amor de persona importante.  El padre, marido, jefe, superior, persona de autoridad o poder, juega marcado rol en el amor.  Amores ostentosos, que se hacen notar, que salen a luz.
                En positivo, el amor ideal.  La admiración, el respeto, y todos los elementos constitutivos del amor se hacen necesariamente presentes.  Amor maduro.  Exito en amor, amor que es éxito.  El amor permite mejor definir la identidad, ser más uno mismo.  Amor auténtico.  Ser más con­ciente por lo vivido en el amor, conocerse más ídem.  Libertad y genuina autonomía permiten el amor.  Amor que estimula la creatividad, la vida propia y del otro, el desarrollo. 

                LUNA ‑  Se enfatiza el aspecto preservador, de cuidar y proteger, de salvar, en el amor.  Amores dependientes, en el cual uno hace de madre y el otro de hijo; marcado rol de la madre (esposa, otra mujer, mujeres) en el amor.  La comida, el alimento, interviene en el amor.  Notoria influen­cia del pasado en el amor:  amores del pasado, historias que se repiten, el pasado determina el presente en el amor.  La infancia afectando el amor.  El hogar, la familia, juega rol preponderante en el amor.  La casa, el habitat, el domicilio o cuestiones inmobiliarias ídem.  Amor del públi­co.  Reacciones, hábitos, costumbres, maneras de ser, cuando uno se relaja en la intimidad se vuelven determinantes en el amor.  Alivio, consuelo, empatía o simbiosis pueden contar.

                MERCURIO ‑  Comprensión, entendimiento, lo mental, racional o inte­lectual tienden a prevalecer en el amor.  Amores utilitarios.  La comuni­cación cuenta sobremanera en el amor, lo despierta, lo afecta, lo favore­ce, según el caso.  Estudios, lecturas; informaciones de la más variada gama, influyen en el amor.  Hermanos (primos, compañeros de igual nivel, vecinos, personas que nos rodean, simples conocidos) o inferiores (subor­dinados, dependientes, personas de servicios) juegan marcado rol en el amor.  Papeles, escritos, libros, cartas, documentos, pueden contar en el amor.  Así como viajes cortos.  La adolescencia, la época de los estudios, es una edad que marca el amor.

                VENUS ‑  La unión, armonía, aceptación, relación civilizada, paz, acuerdo, tranquilidad, se hacen prioritarias en el amor.  Se puede ceder, conceder demasiado en y por amor.  Magnetismo, que puede llamarse suerte, faci­lita encuentros y surgimiento de afectos.  La estética, la belleza, las buenas formas o maneras, estilo, cultura, arte, moda, decoración, juegan un destacado papel en el amor.  Amores fáciles.  Lo social, reuniones, festejos, diversión, alegría, casamientos, determinan instancias afectivas; otrosí lo social en cuanto a rol de los demás, el otro, las relaciones exteriores, las vinculaciones, la pareja o cónyuge, gravitan notoriamente en el amor.  El amor puede fluir fácilmente.  Necesidad de seducir; narcisismo eventual.

                MARTE ‑  La acción y la actividad constituyen la tónica dominante en el amor.  Asertividad.  El amor es lucha; hasta el surgimiento de conflic­tos, peleas, disputas, rivalidades y envidias en/por amor; hasta la ira, rabia o agresividad, que se asocian estrechamente con el amor.  Iniciativas, en el amor. Coraje, audacia, osadía y temeridad o irre­flexión cuentan en el amor.  El deseo, lo pasional, se hacen determinantes aquí.  Velocidad en el amor; amores precoces.  Lo masculino y el amor; marcado rol del hom­bre en los afectos.  Amores directos, se actúa sin vueltas en/por amor.  Se tiende al dominio, la imposición, el atropello en amor:  el respeto, el equilibrio del poder, el conocimiento, no se ven espontáneamente facilita­dos.

                JUPITER ‑  El crecimiento y desarrollo, la expansión y la apertura, la propensión hacia amores más abiertos, libres, incluyentes, constituyen la nota destacada.  El corazón crece, el círculo de afectos se expande.  Amores liberales, libertad en amor, muchos amores.  Amores donde impera la alegría, el contento, el disfrute, el gozo.  Opti­mismo y positividad se combinan al amor.  El amor puede favorecer y poner una nota afortunada en otras cuestiones de la existencia.  Generalmente suerte en amor; y como el amor es fácil, hasta pueden desperdiciarse bue­nas relaciones afectivas.  Amores creativos.  El extranjero, viajes, inci­den en el amor.  Ideas, filosofías, religión, valores éticos, culturales, asimismo gravitarían de forma notoria en el amor.  La ley y el amor.  La enseñanza y el amor.  Imperando más bien la despreocupación, la responsa­bilidad es un elemento del amor a propiciar.

                SATURNO ‑  El deber, la responsabilidad, la obligación, constituyen notas preponderantes en el amor, pudiendo ahogar otros aspectos más gozo­sos y espontáneos.  El amor es una cosa seria para el nativo; tanto que se puede rebelar contra tal posición y pretender vivirlo despreocupadamente, frívolamente, de aventura en aventura.  En realidad es porque no quiere sufrir; ha sufrido mucho en la infancia y no quiere reeditar nada semejan­te; es un carenciado afectivo que no ha tenido buenos “modelos”.  Ha que­dado fijado, congelado, en ciertos patrones de amor que a través de expe­riencias frustrantes debe primero reencuadrar y luego corregir.  Insatis­facciones y exigencias se hacen notar.  El conocimiento, la experiencia, la sabiduría, cuentan en el amor.  Y el tiempo es lento; en ocasiones, significativas vivencias de amor son tardías.  Notorias diferencias de edad o posición en el amor.  Esfuerzos arduos culminan satisfactoriamente aquí.  Temores e inseguridades; límites muy pronunciados; esperar lo peor; ambivalencias, desear y alejarse a la vez; son algunos matices de fortísi­mas implicancias del inconciente y del pasado que determinan el destino del amor, y son necesarias de conocer para resolverlas maduramente.

                URANO ‑  Libertad, independencia, aire libre, determinan el amor.  La creatividad está igualmente ligada al mismo.  Sorpresas, imprevistos, ori­ginal espontaneidad, hacen del amor algo distinto.  Amores originales, inconvencionales, nada comunes.  La asertividad surge con el amor.  Debe haber respeto por el otro, libre expresión, autenticidad entre las partes, espacio para otros, un relación algo abierta, para asegurar continuidad.  El tema de la libertad es aquí imperante.  Amores impersonales, colectivos, se extienden a grupos.  La amistad y el amor.  La tecnología y el amor.  Cuesta mantener el compromiso y hay propensión fácil hacia la ruptura y la separación afectiva; en ocasiones, cual exclusiones o partidismos, la rupturas son por amor.

                NEPTUNO ‑  Empatía, sensibilidad, deseos de fusión en algo más grande que a uno le contenga, impelen al amor.  Cuesta por ende, preservar lími­tes, preservar la propia individualidad en y por el amor.  Extremas dependencias, hasta el parasitismo o simbiosis emocional.  Confusión y caos interno dificultan la claridad de percepción, el sentido del amor es fácilmente distorsionado.  Juegos de “víctimas” y “salvadores” en el amor.  La responsabilidad no es correctamente manejada y lleva eventualmente a la anulación o desvalorización personal.  Cargas, sacrificios, renuncias, en el amor.  Amores ideales, hasta platónicos.  Las ideas, ideologías, reli­gión o espiritualidad, intervienen en el amor.  La imagen, la ilusión, quizá también.  Poco realismo, subjetividad, proyecciones.  Protección ex­cesiva que impide crecer, conducen a grandes decepciones, desengaños, men­tiras, traiciones.  El respeto y el conocimiento auténtico del otro se hacen difíciles.

                PLUTON ‑  El amor cambia tan radicalmente la vida como para pautar un antes y un después.  Los extremos en el amor:  fin total de amores, due­los, rupturas; amores que surgen de la nada, amores completamente nuevos.  Enormes cargas afectivas inconcientes inciden en el amor.  Celos y posesi­vidades, manipulaciones y encubiertos juegos de poder, rabias profundas y resentimientos, pueden agriar el amor si no se es contiene y va a las causas originales.  Las dependencias son fuertes.  Amores ocultos, tienen algo de conflictivo, de censurable, de oscuro.  Notorias diferencias (de edad, posición, etc) en amor.  Llega un momento de revelación, un “clic” que descubre la esencia y verdad del amor, y a partir de lo cual todo será distinto.  La relación física, el sexo, importan notoriamente y afectan el amor.  Hay que destruir viejas y poderosas estructuras para acceder al amor solar.

                EL PARTICULAR ROL DE VENUS
                Tradicionalmente es Venus el planeta asociado al amor, y en principio la analogía es indiscutible.  En realidad Venus es un pla­neta social que nos hace darnos cuenta que no existimos solos en el mundo, y que la relación con los demás es fundamental para el propio ser.  Por su intermedio buscamos llevarnos bien con quienes nos rodean, y sobre todo quienes nos importan, e intentamos que las relaciones sean civilizadas, se suavicen asperezas y domine la armonía, la paz, el entendimiento.  Los medios que utiliza Venus son la simpatía, intentando ganar voluntades por la adhesión, la seducción, la transacción, intentando al menos llegar a un acuerdo, un punto intermedio, un centro de equilibrio, conveniente como elemento de cohesión para las distintas pesonas en juego.
                Venus quiere a toda costa la unión, y con la misma fuerza detesta y evita la soledad.  Por ello puede conceder demasiado.  Para Venus la unión es sinóni­mo de amor y afecto.
                Sintetizando, este planeta nos toca una cuerda muy sensible gracias a la cual somos capaces de suavizar nuestras manifestaciones, conductas, actitudes, etc; en nuestros relacionamientos.  Nos equilibra y nos dispone favorablemente para que el otro pueda contar y ocupe su propio espacio en nuestra vida.  Pero Venus, algo facilista, algo superficial, puede solamente ilustrar la parte formal y exterior de las relaciones (buenas maneras, cultura, educación, seduc­ción, simpatía, “savoir faire”, encanto, política, el “sí” a flor de la­bios, etc), y todo aquello que atraiga sin violencia ni brusquedad.
                De ahí también la importancia en el amor tradicionalmente concedida a la belleza.  Es un factor de magnetismo atractivo, que bien puede incidir en la parte física y sensual (exterior), pero no es base del amor maduro, ni asegura su continuidad.  Es solamente un ingrediente que puede poner en marcha y ayudar al proceso del amor.
                Todo lo que Venus representa por supuesto importa y en alguna medida debe estar en el amor.  Pero como hemos visto el amor es algo más.  El amor es un conjunto de actitudes que se manifiestan como una totalidad, y que van abarcando todos los matices de la existencia.  Es una postura de vida integral e integradora.  Es el sentido de la vida.  Es la vida misma.  Y esto es el Sol.




 

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